El paseo de la vitamina D

Siempre, siempre, siempre échate cubos de crema solar cuando te alejes de tu sombrilla para dar un paseito por la orilla (algún ser superior hace rimas que creemos fortuitas por algo. Recuerdalas), o lleva contigo el protector, porque ese “ito” se puede convertir en “aco” y hacerte un “paseaco” o en “aje” y hacerte un peregrinaje.

Dicho esto, estaba con mi amiga Julk (pequeña pero recia como el vinagre) en una playa de Castellón haciendo crucigramas y leyendo el libro “Fugas: o la ansiedad de sentirse vivo” de James Rhodes. Ya había leído el primero y como buena melómana, este segundo me estaba gustando mucho. Es infinitamente menos duro que el primero pero con una sensibilidad y humanidad adictivas. Después de un rato decidimos dar el paseito de rigor hasta el espigón derecho que estaba como a 800 m. Me llevé en la mano las llaves del coche porque tristemente nadie roba un libro. Así, anduvimos charlando y disfrutando de la brisa marina hasta que iniciamos la vuelta a la sombrilla.

Un famoso en la playa de Burriana

¿Cómo iba yo a imaginar que a mitad de ese camino me iba a encontrar al mismísimo James Rhodes jugando a las palas con su hijo?. Alerté a Julk del avistamiento y ella me animó a que me acercara a saludar. Yo me puse a sudar y a dar pequeños pasitos nerviosos, repitiendo a Julk que no podía ser, y que no podía ser tan parecido. Además ¿En serio Rhodes en la playa de Burriana? Que es una playa maravillosa está tan claro como que no debí haberla nombrado aquí, pero total para los cuatro gatos que leen esto, eso que os lleváis.

La playa no es para tímidos

Quiero apuntar que este paseito que se convirtió en “paseaco”, yo iba en toplees. Lo hago más que por falta de pudor, por reivindicar que mis pechos 85B, con suerte, merecen la misma libertad que los de los señores con 90C. Es cierto que para algunos paseos me pongo la parte de arriba pensando precisamente en que puedo encontrarme con alguien conocido y pasar un rato incómodo.

El caso es que tenía mis dudas de que fuera Rhodes y su hijo, y no me parecía correcto interrumpir su juego con mi esternón sudado. La indecisión que me caracteriza y el acicate de Julk se prolongaron durante 20 minutos en los que esperaba que fueran a su sombrilla y que algún rasgo, quizá su perfecto inglés, me confirmara que era él. En ese tiempo pensé en que lo ideal sería acercarme con su libro y pedirle que me lo firmara, así que volví con Julk a la sombrilla por él y por supuesto no pensé en echarme un poco más de protector solar después bañarme, sudar como un chancho, y llevar una hora bajo el sol. ¡MAL!

Ya con el libro retorné a la ubicación de Rhodes, nada cerca de nosotras por cierto, y allí libro en mano, ya con sujetador y sudando como un pollo a l’ast, permanecí 10 minutos más con Julk azuzándome y yo pensando en mi inglés lastimoso a pesar de haber vivido dos años en Australia. Me rilaban las piernas. Cabe decir que no soy nada mitómana, aunque me fascinan muchas personas del mundo de la cultura y especialmente cómicos, pero no muero por tocarles o interaccionar con ellos porque me faltan tres hervidas de espontaneidad fuera de mi zona de confort.

Sin paños de vinagre

Como una gamba a la brasa decidí acercarme a ese hombre que descansaba en una silla bajo la bendita sombrilla (¡ojo! rima fortuita), y la interacción fue tal que así: – Hola ¿James Rhodes?. – ¿Lo qué?. -¿No eres James Rhodes, verdad?. Obvio que no lo era aunque el parecido era espectacular. Me entraron ganas de reír y llorar a la vez. Ese hombre con acento mesetario me preguntó que quién era ese tipo, y cuando le comenté a groso modo, me dijo que no le conocía a pesar de ser muy melómano y que le buscaría. La verdad que para no irme de vacío me dieron ganas de pedirle que me firmara el libro, sea quien fuera esa persona, no sé por qué no lo hice. Si alguna vez tenía la oportunidad de que James me lo firmara, vería que su doble andaba haciendo ese trabajo por él.

Sobra describir la mofa y ternura que invadió a mi amiga Julk, y la decepción y vergüenza que me arrolló a mí. Cuando volví a nuestra sombrilla no sabía si la quemazón que sentía era del sol o del bochorno. Al llegar a casa me escocían hasta las pestañas y juré no volver a olvidarme de la crema solar cada vez que me fuera a caminar, porque el sol ni entiende de paseitos, ni respeta los tiempos de las anécdotas.

“Yo te doy cremita, tú me das cremita. Aprieta el tubito que sale muy fresquita”

Para terminar este post y no sentir que me he desviado mucho del tema, quiero recordar que la crema solar es algo muy serio primero por nuestra salud y primerísimo porque nuestros mares y océanos no merecen que los contaminemos por un rato de ocio. Los protectores solares convencionales llevan ingredientes como: para-aminobenzoatos, cinamato, benzofenona, dibenzoilmetano, dióxido de titanio, óxido de cinc, parabenos, sulfato de amonio y pentasodio entre otros, que son absorbidos por nuestro cuerpo y por la fauna y flora marina que se intoxica y muere. Tanto así, que este año por primera vez se ha votado una ley en EEUU por la que no podrán bañarse en sus Islas Vírgenes nadie que utilice un protector solar no ecológico, y parece que ha sentado un precedente que puede ser seguido por otros países. ¡Ojalá sea así! Aquí estaremos todos bien preparados y con los ojos muy abiertos para lo que nos espere 🙂

Prohibición protección solar no ecológica en playas Viírgenes de EEUU

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